Una exagerada conciencia del presente.
ES RARO QUE UN MUSICO RESULTE ELOCUENTE CUANDO LE PREGUNTAS
SOBRE SU MUSICA, ESA ETEREA CREACION. PERO ROBERT HARRISON ARTICULA
CANCIONES PARA INTENTAR RESOLVER LAS PARADOJAS QUE PLANTEA LA EXISTENCIA,
PODEROSO POP QUE LE SIRVE PARA RAZONAR SOBRE EL ESPIRITU MISMO DEL
ROCK.
Se comprenden inmediatamente las loas a Cotton Mather del parásito
Noel Gallagher si uno se adentra en las curtidas, sonoras, prietas,
deleitosas entrañas de «Kontiki», el álbum que publicaron en 1999
y del que los hermanísimos dijeron maravillas. El pillaje al espectro
lennoniano era análogo, sólo que Robert Harrison imprimía una inteligencia
que en Oasis no pasa del simple ingenio. Su pasión interpretativa,
como veremos articulada desde el raciocinio, dejaba a los ingleses
al nivel de mequetrefes emocionales. Claro que Cotton Mather eran
de Austin, capital punk del sudoeste, donde no llueve como en Manchester
y difícilmente se conserva la palidez en piel y corazón. Esa podría
ser la razón de que su electrizante visión pop haya asimilado un
cierto salvajismo que a veces puede recordar a, por ejemplo, Plimsouls.
«The Big Picture», su tercer álbum, publicado el año pasado -como
el anterior en Rainbow Quartz, sello británico dirigido desde Nueva
York-, supera la trepidante euforia de «Kontiki» con una secuencia
más ponderada de canciones y alguna balada por la que McCartney
suspiraría. Mejorado en sonido, idéntico a su antecesor en propósitos
y urgencia, el álbum ha confirmado entre la afición exigente el
talento de Robert Harrison, el hombre de rostro curtido por una
cicatriz, pero benigna mirada, que tengo ante mí. En cuestión de
una hora, acompañado por el pletórico guitarrista Whit Williams
y la sección rítmica formada por el batería Dana Myzer y el bajista
Josh Gravelin, el menudo Harrison se encarara a un público curioso
por comprobar en vivo su verdadera talla.
''Somos, a falta de una mejor definición, una banda de rock'',
me dice mientras sorbe una infusión.
Pues por aquí se os mete en el saco del
poderoso pop…
El término pop tiene otras connotaciones en Estados Unidos. Rock
son los Rolling Stones, los La mayoría de adultos viven el noventa
por ciento del tiempo en el pasado o el futuro, les cuesta ser en
el presente. La música es una oportunidad de hacerlo. Hay personas
que sólo lo consiguen cuando hacen aquello que les gusta. Es triste,
pero por lo menos tienen eso.
Dicen que sonais a Beatles. ¿Qué otros
grupos os inpiraron?
Mi hermano mayor tenía una extensa colección de discos: a través
de la puerta de su habitación absorví la historia del rock. Pero
no pienso en esa música, sólo aspiro a hacer el mejor disco posible.
Nuestras influencias se han convertido en materia de conversación
porque nos basamos en artistas clásicos. Si citáramos a los Brothers
Johnson, o a Gang Of Four, no se hablaría tanto, se verían como
referencias oscuras, más arriesgadas. Pero ocurre que ser oscuros
nunca fue nuestra meta, sólo hacer buenos discos. Estamos bastante
satisfechos de nuestra capacidad artística, podemos ser nosotros
mismos. Si esto pasa por referencias a los grandes trabajos del
pasado, que al fin y al cabo forman parte de la música de todo el
mundo, que así sea.
«Nunca he ido al estudio con una idea preconcebida
de cómo sonará. Hay quien dice que lo escucha mentalmente antes
de grabarlo. ¡Qué aburrido! ¿Cómo te sorprendes a ti mismo? Para
mi grabar es seguir un plano que no poseo» (Robert Harrison)
La huella de Gang Of Four no se detecta
fácilmente, la verdad.
Estoy en desacuerdo, creo que hay mucho punk-rock en la forma en
que tocamos, en nuestra perspectiva musical. Hay mucho de eso en
nuestro carácter. Si el oyente habita nuestros discos, va más allá
de las primeras escuchas, empieza a asimilar el sentimiento de la
música, que no guarda mucha relación con lo que oyes la primera
vez. Cuando entras en una habitación, lo primero que ves quizás
no sea lo que acabes recordando de aquel espacio. Personalmente
respondo más al sentimiento, no a las comparaciones con Oasis o
Beatles. Obviamente hay en «Marathon man» un guiño a Oasis, era
una forma de darles las gracias. Pero, aparte de lo obvio, creo
que el sentimiento de una música es más importante a la hora de
encajarla en la sensibilidad de la gente.
Country, roots rock y punk son los estilos
predominantes en la saludable escena de Austin, sin embargo, vosotros
mostrais un importante ramalazo británico.
Yo no lo veo así. Si escuchas nuestras grabaciones anteriores a
«Kontiki», hay muchas raices tradicionales en lo que hacemos. En
el mismo «Kontiki», las canciones «Vegetable row», «She's only cool»
o «Autumn's birds», están enraizadas en lo que ahora se llama ''americana''.
Nuestros discos suenan muy americanos, pero ocurre que el público
inglés lo ha pillado antes y, además, en EE.UU. no tenemos un sello
que funcione. Esperamos solucionarlo en una nueva compañía esta
primavera. En Austin, una escena extremadamente diversa, hay otras
bandas, como Spoon, en nuestra misma onda.
Comprimís la energía con suma efectividad. ¿Cómo se consigue?
Ese es el primer error que cometen los grupos que empiezan: se obsesionan
en captar lo que han idealizado y no son ellos mismos. Cuando superas
esta fase y grabas lo que realmente deseas, el disco se convierte
en un documento de lo que sentiste en aquella habitación aquel día,
no una tentativa de crear algo artificial. Es como pintar, y el
disco así lo capta. Para captar la energía, en primer lugar debes
tenerla. Si es así procuras no cerrarte cuando grabas, muy al contrario
te abres en cuerpo y alma para dar paso a la espontaneidad. Esto
es crucial a la hora de hacer discos vibrantes. Nunca he ido al
estudio con una idea preconcebida de cómo sonará. Hay quien dice
que lo escucha mentalmente antes de grabarlo. ¡Qué aburrido! ¿Cómo
te sorprendes a ti mismo? Para mi grabar es seguir un plano que
no poseo.
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Cotton Mather, emergente fuente de emociones con cabeza pensante
al frente, la de Robert Harrison. Detrás, de izquierda a derecha,
Whit Williams, Dana Myzer y Josh Gravelin
Ya en el primer corte el sonido es potente
y compacto pero al tiempo espacioso. ¿Qué papel jugó el productor
Brad Jones?
Brad grabó el álbum, lo hicimos en mi garaje. Esa canción, «The
last of the mohicans», fue muy interesante. La presenté al grupo
advirtiéndoles que no tenía estructura, sólo acordes fluctuantes.
Costó mucho acabarla, su instinto no era tan natural como el de,
por ejemplo, «Panama slides», cuyo patrón resulta más familiar.
Esta era muy abstracta, así que el batería enloqueció totalmente
mientras nosotros tocábamos ese riff a lo Beavis and Butthead y
yo cantaba. Siguió un proceso orgánico, pero lo habitual es que
salgan más naturalmente. Soy arquitecto, pero no sé nada de ladrillos
y cemento, necesito a alguien que me ayude a materializar mi visión.
¿Qué temáticas tratan las letras?
Amor, muerte, trascendencia, sufrimiento. ¡Todos esos pequeños asuntos!
Es un disco emocional, hay en él muchos anhelos, muchos recuerdos
y tambien la contemplación de barreras emocionales difíciles. Lo
compuse mientras ocurrían dos hechos importantes en mi vida: el
nacimiento de mi hija y la muerte de mi mentor musical. Inconscientemente
intentaba comprenderlo. Y surgieron las canciones. En ese sentido
el disco crece a medida que avanza.
Empieza potente y va decayendo anímicamente,
con un final más reflexivo.
Secuenciar un disco es difícil, intentamos contar una historia.
Si eres un grupo de singles, los metes al principio y rellenas el
resto con lo que te satisface menos. En nuestro caso queremos que
el disco sea una experiencia, que te sientes a escucharlo y te transporte
a algún lugar. Esta es la historia que queríamos contar, empieza
con toda esas quejas sobre el mundo del rock y la dificultad de
sobrevivir en él, y gradualmente el disco se ve invadido por la
trascendencia. La canción «Glory eyes» es el punto de inflexión,
donde el álbum se abre. Al principio parece cerrado y obtuso, pero
a medio recorrido se vuelve más reflexivo. Digamos que empieza en
la ciudad y acaba en el campo. La secuencia es pues la adecuada.
Antes hablabas de pérdida y ganancia: el ciclo de la vida.
Son las dos cosas más importantes. Si entra alguien nuevo en tu
vida y has visto la muerte, comprendes que son la misma puerta,
todo depende de si entras o sales. En uno de esos momentos algo
eterno nos toca por dentro y despertamos. Dicen que la muerte es
despertar, y de hecho despiertas cuando alguien a tu alrededor vive
esas experiencias. Son muy valiosas en ese sentido.
No recordamos nuestro nacimiento y la
puerta final, pese a ser la única certeza en la vida, la erradicamos
mentalmente.
¡Estoy en este cuerpo, debo escribir la lista de canciones, qué
voy a cenar! Ocurre que los asuntos principales de la vida tienen
que ver con ser en toda su pureza, que es a donde la muerte y el
nacimiento nos transporta. El amor eterno es demasiado, nos resulta
imposible comprenderlo: nos encerramos en nosotros mismos… y nos
ponemos a fregar los platos. Es algo inconmensurable. A la mayoría
nos cuesta ser en el presente, vivir el momento. No ocurre así con
los niños. Un niño se cae y se hiere la mano, la mira y llora. Le
enseñas su juguete y ahí está, justo en el presente, llorando y
jugando… sin acordarse del dolor, esa es la diferencia. Con la edad
perdemos esa capacidad. Debe preservarse en el presente esa sensibilidad
infantil.
¿Como se traducen estas reflexiones a
un medio tan superficial y escapista como el rock?
Esta noche subiremos a escena y mi trabajo consistirá en estar en
el presente. Procurar que mi mente no esté en otro sitio, estar
aquí con el público, abrir mi corazón, ofrecerme. Si lo consigo,
el público estará aquí mejor que en cualquier otro lugar. Lo mismo
al hacer un disco. Si pienso en las ventas no vivo el momento, no
funciona.
Si vives con un pie en el pasado y otro en el futuro, estás meando
sobre el presente.
La mayoría de adultos viven el noventa por ciento del tiempo en
el pasado o el futuro, les cuesta ser en el presente. La música
es una oportunidad de hacerlo. Hay personas que sólo lo consiguen
cuando hacen aquello que les gusta. Es triste, pero por lo menos
tienen eso.
De hecho, el rock es básicamente una exagerada
conciencia del presente.
Es una batería que te golpea el pecho, y todos tus organos vitales
tiemblan. Es grande y ruidoso, algunos necesitamos esa sensación.
Una pregunta final estúpida como premio
a tus respuestas. ¿Lennon o McCartney?
La responderé con una anécdota. Cuando llevaban a Woody Guthrie
en ambulancia al hospital, poco antes de su muerte, le preguntaron
a qué religión pertenecía. El enfermero tenía que cumplimentar un
impreso. Respondió que a todas. Entonces el enfermero le recordó
que era una pregunta oficial. Su respuesta final fue: todas o ninguna.
178.
Copyright
RUTA 66, 2002 - Nº 183
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