|
JON SPENCER BLUES EXPLOSION |
DISCO DEL MES RUTA 66 |
|
JON SPENCER BLUES EXPLOSION Sweet N Sour
|
-- | ||
¿Quién teme al Spencer feroz? De Jon Spencer no puede decirse que sea prolífico. Tampoco podemos acusarle de vagancia: seis elepés -sin contar singles, discos de remezclas y demás accesorios- en doce años son material suficiente para apuntalar tan furibunda leyenda del rock contemporáneo. La justa ración de producto para evitar que un genio tan unidireccional como el suyo se quemara antes de tiempo, dilema que subyace en el fondo mismo de «Plastic Fang», el primer álbum de la Blues Explosion desde «ACME» en 1998. En esta docena de nuevas composiciones el agnóstico predicador surgido de Pussy Galore trata en lo posible de ampliar su discurso, moldeando el restallante cable de alta tensión que siempre representó su sonido hacia líneas de fuga en el funk -los teclistas Dr. John y el funkadélico Bernie Worrell aparecen en «Hold on» y la reptante «Over & over»- y una mínima diversificación que sin embargo no logra romper las cadenas de un estilo cuyas limitaciones -y, ¿por qué no?, virtudes- parecen asentadas hace ya tiempo. "El material en si pasa la prueba, no obstante aquella excitación parece haber dejado su lugar a una familiaridad que va en detrimento de su desarollo y crecimiento como artista. Se percibe cierto crecimiento, cierta voluntad de progreso, en 'Plastic Fang', pero no la suficiente" Jon Spencer está donde está, además de por esa entrega casi pugilística en sus actuaciones, porque ha sabido aparentar ser mucho más de lo que es. Esta es, por supuesto, la misión de todo artista cuyo arte se desenvuelve ante el ojo público. Obtuso musicalmente, mentalmente recalcitrante, no dispone de una variada paleta estilística, ya no digamos verbal. Persiste el argot casi paródico -el latiguillo ''the bluuuues exploooosion, ladies and gentlemen!!!'' ya huele-, al igual que esos riffs de guitarra, empastados y recurrentes, tocados al exasperado, sudoroso ritmo de un coito salvaje. Dios y el demonio, la carne y el espíritu, el profundo Sur como ya gastada metáfora de lo atávico y lo primigenio, arrojados a una vorágine expresiva en la que el protagonista invariablemente ha perdido su alma insatisfecha y se siente culpable por ello, un ser frenéticamente entregado a un ritual catártico que, pese a ello, no consigue arrancarse a hablar en lenguas. Resultará al final que lo de Spencer no es sadismo, sino masoquismo. Tal vez más que darles, al guitarrista Judah Bauer y el batería Russell Simmins, le guste recibir; aquí ambos están como siempre, expeditivos, ardientes, efectivos, dejando la procacidad al líder, quien sigue hurgando en el acervo del folklore blues para rimar versos de angustia y frustración. Su misión es liberar cuerpos y almas, el problema es si «Plastic Fang» -grabado en Nueva York, producido por el batería Steve Jordan- lo conseguirá con la eficacia de, por volver sobre lo andado, «Orange» en 1994. El material en si pasa la prueba, no obstante aquella excitación parece haber dejado su lugar a una familiaridad que va en detrimento de su desarrollo y crecimiento como artista. Claro que, en el pasado, tampoco le pedíamos evolución a Bo Diddley o a los Cramps, que ya estaban bien donde estaban. Se percibe cierto crecimiento, cierta voluntad de progreso, en «Plastic Fang», pero no la suficiente. Quizás si hubiera invertido algo de su pasión por el country mostrenco de Bakersfield, como prometía en estas páginas hace dos años, el álbum tendría algunos matices nuevos, iría por otros derroteros, abriría otras puertas. Tal y como andan las cosas, muy malitas últimamente, estamos ante tres cuartos de hora de espectáculo prodigiosamente ejecutado, pero con escasas sorpresas. Vendernos la moto del fervoroso mitín religioso ya no cuela; si el rock fuera una religión, que afortunadamente no lo es, su intrínseca mentira me parecería más grave todavía.
|
¿Es lícito acusar a Jon Spencer de mirarse el ombligo e ignorar el mundo a su alrededor? Esta clase de autismo está en el corazón del mejor rock actual, aquel que no ha perdido totalmente su conexión con el blues y el country o su raiz en el verdadero punk, que no se deja contaminar por coyunturales espejismos de crossover o posmodernidad. ¿Donde encaja en este contexto «Plastic Fang»? Pues en el rincón de los intocables, aquellos que incluso son respetados en los círculos posmodernos y las revistas de lujoso pop. Es, me temo, otro disco más de la JSBX -es decir, no apto para ser escuchado mientras conduces-, con sutiles variaciones que sirven de corto aliño más que de condimento esencial, quizás una mayor sutilidad instrumental. Uno esperaba algo más tras aquellas fotos que le retrataban barbudo, un Charles Manson para el nuevo milenio dispuesto a sacarnos las tripas con su arte. Ahora veo que probablemente se tratara de una simple erupción cutánea. Y, sin embargo, «Plastic Fang» cumple su cometido: es, al fin y al cabo, lo que hay. Ni más ni menos. IGNACIO JULIÀ TEXTO - ©Ignacio Julià |
|