Desilusión. A pesar de la total entrega del público, las magníficas interpretaciones de la banda y el buen ambiente creado ante el tonto humor de Mikael Akerfeldt y sus sarcásticos comentarios, al final del concierto sólo había rostros de desilusión. El show fue largo, alrededor de dos horas, parecía que nunca terminaría, pero es que los suecos de visuales no tienen absolutamente nada, y en esos fragmentos sinfónico-progresivos que les han dado la fama, en directo te llevan a bostezar una vez tras otra.

La verdad es que sonaron tremendos incluso teniendo en cuenta que el batería no era Martín López, si no que su puesto lo ocupó el de los Bloodbath de Pete Tägtgren, cosa que no se notó en absoluto y aprobó el examen con nota muy alta. En cuanto al repertorio, junto a sus últimos “The baying of the hounds” o “The grand conjuration”, clásicos como “Deliverance”, “Demon of the fall” y “In mist she was standing” la cual presentó diciendo que era la primera vez que la interpretaban en directo.

Definitivamente y no es la primera vez que lo pienso, Opeth son una banda para disfrutar en un reproductor de música y en Apolo quedó claro que tanto daba mirar al escenario como degustar una imprescindible cerveza en la barra charlando con los colegas.