Passeig Gallifa, 1
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CHICO OCAÑA


18:00h. Anticipadas: 9 euros.
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Digamos que, tras el prologo “venenoso” y el primer capítulo “martiresco”, estamos ante el segundo episodio del “manual de la vida en poesía” que Chico Ocaña viene ofreciéndonos desde que optara por la escritura como vehículo de la sangre. Si los últimos tercios de la trama anterior se anotaron torcidos; la lógica no aconsejaba rehacer una banda a la ligera, seguir componiendo y arreglando de la misma forma “porque sí”, continuar aplicando igual bálsamo a las heridas de la calle por ser el que había funcionado... No hubo prisas, entonces, y tampoco las hay ahora. Poco importaba ayer perder los frutos del éxito vivido, porque lo bien hecho queda siempre en el archivo de la memoria histórica del verso. De manera que lo nuevo no es lo mismo, pero es igual.

El secreto de la reputación artística de Chico Ocaña no está en su físico. No lo busquen tampoco en su voz dolorida y maltrecha. Ni en su carácter incierto. Encuéntrenlo a medio camino entre el corazón y el alma. En lo que dice y en como lo dice. Sepan, si quieren, que Chico no sabe ni afinar una guitarra. Que jamás usó una grabadora. Sus herramientas de trabajo son el oído y la vista. Su oficina, la calle. Con eso, basta.

De los treinta metros a los que quiso condenarnos la anterior ministra de la vivienda -de la que ya nadie recuerda su nombre-, a la pena penita pena del mangazo marbellí. Del amor, de la muerte, de la vida, del fracaso, de la victoria, de las mentiras, de las verdades, de la alegría de traer una personita al mundo, de la naturaleza que se ahoga, del rincón del barrio donde se matan las últimas horas del día... Hay en cada tema de “Canciones de Mesa Camilla” un hombro en el que llorar, abrazarse, revelarse o dar palmadas de alegre complicidad.

Con todo, a este “potaje” poético -acompañado de su hilito melódico- había que darle forma musical. Chico podía haber contado con los mejores “profesores” del país, pero llamó para su cocina a cuatro pinches “cuasi-noveles” de diversa concepción estética e iguales ganas de experimentar. Tres manresanos de origen andaluz y un sevillano con pasaporte catalán. El resultado tiene denominación de origen, por cuanto la pluma de Ocaña es tan apabullante como siempre. Mas el sonido y la vestimenta de las canciones -siendo los mismos condimentos- ofrece en su textura la frescura de esa difícil sencillez tan imposible en “los medios” que corren.

Pensemos que, se ha seguido un camino claro en cuyo horizonte aún no se ve esa pancarta que dice “meta”. Han sido, en definitiva, tres años de premios, evidencias, acomodamientos y observancia... ¡Tanto se ha “meneado” esta olla, que el “guiso” huele que alimenta!

Chico Ocaña: Voz y alma
Antonio El Remendao: guitarra
Chemi López: guitarra
Jonny: percusión
Sergio García: bajo
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