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Chucho

Associació de Sales de Concerts de Catalunya

Pop contemporáneo y emocional. Esta podría ser una definición consensuada del estilo del grupo de pop con más adjetivos del panorama español de los noventa, lo cual indica la dificultad de la crítica musical en poner etiqueta a un grupo completamente original en la música en castellano surgido de una duradera necesidad de expresión convertida en fuerza creativa.

Chucho procede de las cenizas de la banda de pop probablemente más venerada de la escena independiente española de finales de los ochenta, los Surfin´Bichos. Después de seis años de peleas con las discográficas y tras cinco discos y sus respectivas giras, Surfin´Bichos, originarios de Albacete, se separaron en el verano de 1994, justo cuando empezaban a ser considerados la propuesta más interesante del panorama alternativo español. De ese mito ha surgido por una parte Mercromina, pero el espíritu común a aquellos Bichos y a Chucho es Fernando Alfaro.

Fernando regresó a la gasolinera en la que se ganaba la vida. Al principio era incapaz de ver un instrumento: necesitaba tomar distancia de toda aquella intensa experiencia que tornaba a su fin. Pero después comenzó a componer de nuevo canciones, en realidad por pura necesidad, por melomanía animal.

La madurez de un músico de pop en España puede medirse, entre otras, por su capacidad de resistirse a la tentación de buscar a la primera de cambio una trayectoria en solitario. Buscando apoyo para grabar maquetas de algunos temas que necesitaban bases electrónicas, Fernando Alfaro entró en contacto con Javier Fernández y Juan Carlos Rodríguez, entonces de República Gorila, una banda de exploración en el pop electrónico duro con muy diversas influencias. Juan Carlos había ya colaborado con Surfin’Bichos en la grabación de unos temas pero, además de la amistad, lo que les unía ya entonces es una mezcla de habilidad, apertura de miras y versatilidad: todos tocaban la guitarra y el bajo y sabían algo de programación, especialmente Javier, el más polifacético del trío. La colaboración transformó en otra cosa, “un grupo en el pleno sentido de la palabra”, como gusta decir a Fernando.

En ese verano de 1995, un año después de abandonar Alfaro la música, surgió Chucho. El nombre dice bastante de la imagen que ellos se hacían de sí mismos entonces: “suena desarraigado, callejero, incluso despreciable”. Se “decidió” en un escenario apropiado, callejeando una noche de borrachera lunática. Pero detrás de esa representación canina, hay bastante menos falta de estima y más bien una declaración de principios, “la reivindicación del animal que todos llevamos dentro”. Estos albaceteños antes eran toda una clase de bichos; ahora se descubren perros de la calle, independientes y aventajados en cuestión de emociones al ser humano.

A los pocos meses, Chucho irrumpía en el mercado con un sangrante y angustioso EP (Chucho, Limbo Starr, 1995) autoeditado por su nueva y pequeña casa discográfica, Limbo Starr. A pesar de ser fruto de la precariedad económica, el disco reaviva las expectativas puestas por leales seguidores en este ángel negro de la música en castellano, mostrando la evolución pareja entre sus planteamientos y los de una emergente nueva audiencia independiente. Porque este disco contiene importantes claves del planteamiento musical de Chucho: libertad en el uso de samplers y pregrabaciones, descargas guitarreras que generan atmósferas apropiadas a letras situadas siempre en el filo de los sentimientos. De hecho, Alfaro, que no ha parado de componer en todo este tiempo, concibe este EP de presentación como una introducción a lo que sería un trabajo más ambicioso.

Y sin embargo Chucho tardarían todavía más de un año en editar su primer CD largo. En cualquier caso, 1996 les dio una buena oportunidad de ofrecer su trabajo en directo a nuevos y viejos seguidores de Fernando Alfaro: Panal Rock de Guadalajara, Doctor Music, y el BAM cuentan con la presencia de Chucho, que deja traslucir un control del directo muy superior al de aquellos Bichos.

En 1997 sale por fin el esperado CD “78” ( Virgin, 1997 ). El disco viene técnicamente muy bien avalado: grabado en el Moody Studio de Londres y el Red Led de Madrid, lo coproduce Matt Kemp -que ya había trabajado en “Hermanos Carnales” de los Surfin´ Bichos y la compañía hace un buen gasto en potencia y arreglos sutiles que garantizan un sonido perfecto para un grupo que ha madurado largo tiempo un estilo y puede al fin presumir de manejo de los instrumentos. Después de buscar y buscar, Chucho han apostado por Virgin, una compañía que les merece confianza por la gente que desde ella apuesta por nuevos creadores.

En cambio, la grabación del disco se hace al límite desde cualquier otra perspectiva. En plena grabación muere el

padre de Fernando, y los temas descarnados conjuran viejos fantasmas de desesperación con más actuales

obsesiones enredadas en drogas. El resultado es un trabajo lleno de talento, musical y emocionalmente complejo.

Fernando Alfaro lo calificaría entonces como “un disco eléctrico, sutilmente electrónico y sazonado con textos tan

enfermizos y tortuosos como nuestra música”. Sinfónico y guitarrero, sencillo y denso, oscuro y “pop”, ninguna

definición hace justicia a la multiplicidad de recovecos sónicos de la obra. Como sucede con el empleo de la

electrónica, que se adapta a las exigencias de cada tema, las composiciones adquieren sentido por los mensajes

líricos e inquietantes, atormentados y viciosos, íntimos y universales que descargan las letras de Alfaro. Sobre ellas

también se ha dicho mucho, se han buscado influencias de Buñuel hasta Nick Cave y han proliferado los términos

más o menos aproximados que se rinden a la evidencia de una poesía musical esencialmente original, cuyas

obsesiones con el Antiguo Testamento, la fotografía de Witkin, el cine de Wenders o la biogenética son nuevamente

recursos, medios para desatar una imaginación emocional inclasificable.

El título, “78”, es, al parecer, un ejemplo de selección irracional característico de este perro sónico: el nombre se eligió sin mayor motivo, y las justificaciones llegaron a posteriori. La más habitual de Chucho es que 78 es el número de cromosomas del perro, una casualidad que permite toda una reflexión entre zoológica y antropológica, pues el hombre sólo tiene 36, lo que viene a reivindicar al chucho (“sólo somos superiores en estatura”), y en realidad a situar al humano en una curiosa perspectiva de degradación, ya que parece ser que hasta la patata tiene más cromosomas que el bípedo implume. Otra, que puede sonar más a boutade es que en ese año los suecos Abba conquistaron el mercado del pop anglosajón. Pero Fernando Alfaro esconde aquí tal vez una conexión algo más profunda, pues el 78 es también uno de esos años de desbordamiento del mercado del pop por una ingente hornada de creadores descontrolados, surgidos tras el borrón-y-cuenta-nueva del verano del punk de 1977. El 78 define pues un espacio simbólico de creatividad pop sin fronteras ni etiquetas en el que Alfaro se sentiría como un ciudadano de pleno derecho. Y es también probablemente al año en que este manchego comenzaba a definir sus gustos musicales a largo plazo. Ahí está en cualquier caso la portada del álbum a cargo de Javier Aramburu para dejar muestra de la extraña atracción de ese referente.

El año 1997 fue el de la puesta de largo de Chucho. Además de “78”, vio la luz un segundo EP (“Sal”, Virgin, 1997), además de una reedición en CD del primer LP de los Surfin´Bichos (“La luz en tus entrañas”) y todo el material grabado por ellos con La Fábrica Magnética y no editado en su momento (“El infierno B. Rarezas” Limbo Starr-Caroline, 1996). Con estas ediciones se hacía justicia a un grupo de pop de la década convertida en objeto de culto. La fama de Chucho, por su parte, se afianzó al incluirse uno de los temas de “78” (“El detonador EMX-3”) en la banda sonora de la película de Alejandro Amenábar, “Abre los ojos”. Pero en gran medida el reconocimiento vendría del propio mercado: Chucho habían dado con una fibra sensible del público demandante de nuevas fronteras para el pop, un público que Alfaro gusta definir como “gente inteligente, un público que existe en mayor cantidad de lo que se piensa”. En ese año, además, cambiaron de representantes y pudieron así plantearse recuperar la presencia pública que merecía un disco como “78”.

Elegidos autores del mejor disco del año por la revista Rock de Luxe en 1997 y en manos de la agencia Attraction, Chucho están en condiciones de trasladar esas atmósferas envolventes y ese vigor guitarrero a los escenarios en una serie de conciertos por la geografía nacional. Su directo, a diferencia de aquél de Surfin’ Bichos, es ahora técnicamente impecable en el acabado de los temas, consigue integrar perfectamente los sonidos pregrabados con la ejecución en vivo, y sobre todo suena como un cuerpo potente y sónico, unitario aunque lleno de matices. Fernando Alfaro ha resurgido de las cenizas de un grupo con otro grupo unido y creíble. A lo largo de 1998 hacen gira por ciudades de España. Las necesidades del directo llevan a la incorporación de un segundo guitarra, Miguel Angel Gascón ( procedente de Crème Brûlée ), otra acertada decisión que aporta un miembro más en armonía con la banda.

El segundo largo de Chucho ve la luz en abril de 1999. Se titula “Tejido de felicidad” ( Virgin, 1999 ) y expresa por los cuatro costados escenarios que de nuevo remiten a la biografía de Fernando Alfaro. Por el camino, para Alfaro y su pareja, Isabel León -compañera desde los tiempos de los Surfin´ y que aporta coros en este CD-, las drogas han pasado a un segundo plano y ha aparecido en su lugar Natalia, un bebé que cierra este disco con sus primeros balbuceos. El grupo ha recibido un reconocimiento y las giras han dado solidez a la propuesta, lo cual permite ahora tratar de ahondar en posibilidades creativas. El resultado es la grabación de un disco en condiciones de compenetración y tensión positiva, y por ello la edición de una serie de temas magistrales que son, en conjunto, un completo resumen de la historia del pop español y cada una por separado una propuesta original y sutil en letra y música.

El disco es coproducido por Kaki Arkarazo (ex-Negu Gorriak y Nación Reixa); se graba en su estudio de grabación “Katarain”, en medio de un valle entre montañas y con la presencia entre otros de la orquesta de cuerda de Tolosa. Esto pone sobre la pista de los nuevos derroteros en la incorporación de sonidos de Chucho, en los que la electrónica es cada vez más un barniz natural que un principio intencionado y lo que se busca es lograr melodías plenas que permitan introducir detalles hasta lo exquisito. Esta destreza no aleja las composiciones de la credibilidad emocional, todo lo contrario, amplía las posibilidades de expresar en muy distintos lingos musicales y dialectos del pop un único programa poético: en “Tejido de Felicidad” hay desde baladas intimistas a exabruptos punk pasando por temas de pop desenfadado, pero lo que los convierte en únicos e “impuros” es el peculiar ensamblaje entre el lirismo temático general y la cantidad de toques que van del drum´n´bass al rythm´n´blues pasando por el garage o el power pop. En suma, la música es “tejido”, lo cual significa también que Chucho han alcanzado una conformación orgánica, el grupo ha devenido más que la suma de las partes.

Se dice de este trabajo que también hace honor a la segunda mitad del título, “felicidad”. Y es cierto que, más que la alegría, el amor es el protagonista de todos los temas, el nexo de unión de las letras, reflejo de una situación personal menos obsesiva e introspectiva que en la primera mitad de los años noventa. Fernando Alfaro consigue llevar a la gente por nuevos derroteros emocionales sin desconcertar ni hacer concesiones: aunque las letras se han vuelto más asequibles en este disco, los enfoques son cualquier cosa menos típicos a la hora de abordar un tema tan idiosincrático del pop como el amor. Los sentimientos que retrata Alfaro están llenos de aristas y facetas insospechadas, a veces como si fuesen observados con un cierto distanciamiento descreído, una operación que no hace perder un ápice de poesía a la descripción de las emociones por medio de sus contradicciones. Y la música, a través de una voz cada vez más y mejor adherida a las melodías, reproduce este mismo universo por medio de una apropiada hibridación de estilos.

Los críticos han dicho de este disco que está en sintonía con el pop sensible y elegante de Carlos Berlanga, La Mode

y otros grupos de la primera mitad de los años ochenta. Pero no está claro si el cumplido debiera haberse hecho en

sentido contrario: las canciones de Fernando Alfaro y Chucho llevan elementos del pop de los primeros años ochenta

hasta sus últimas consecuencias en la ecuación entre imaginación literaria, libertad compositiva y adecuación

musical. Esto sólo puede hacerlo alguien que haya recorrido con sentido el trayecto completo que separa aquél pop

sencillo e inocente de la actual escena musical pluralista, pasando por las varias etapas de rock oscuro, rock primitivo

y garagero y power pop situadas en medio. Y aún así, tiene que ser alguien que no conciba la música como un

producto sino como una forma de entender la vida y de opinar sobre el mundo. Esto es lo que ha demostrado Chucho

con su segundo disco y en los cuatro años que lleva de andadura. Con ello vienen a sintetizar veinte años de música

española, pero la propuesta no es en absoluto ecléctica ni suena a historia: su actualidad y personalidad anticipa

sorprendentes futuros.

Con el lanzamiento de “Tejido de felicidad”, se publicó un primer CD-single con el tema “Magic” probablemente el más pop del álbum, que funciona como un canto a la vida. “Revolución” ha sido el segundo, unos meses después, esta vez una especie de Marsellesa del enamoramiento. En medio, Chucho no han parado de tocar por la geografía nacional. El disco ha sido elegido mejor album del año por la revista “Mondosonoro” en 1999.

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