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DISCO DEL MES RUTA 66

MANTA RAY
Esperanza
Astro-Caroline

Con su tercer álbum oficial, salvando colaboraciones y remezclas varias, Manta Ray tocan el cielo de su propia ambición y regresan a tierra firme sin chamuscar el tren de aterrizaje. Después de aquel debut homónimo de 1996 alentando la promesa de un pop autóctono cultivado e idiosincrático, de la consagración que supuso hace ya dos años el todavía lleno de misterios «Pequeñas Puertas…», las expectativas eran elevadas. Cabía preguntarse cómo solucionarían la deserción del guitarrista Nacho Vegas, de qué modo podrían seguir desarrollando un estilo propio de tan abigarrada personalidad, hasta dónde serían capaces de llegar en sus cerebrales exploraciones. «Esperanza» responde a cada una de estas cuestiones con firmeza, certidumbre y -tratándose de ellos solemnidad. Ensancha la abundante paleta cromática de la banda asturiana y profundiza en sus más hondas convicciones musicales.
Los entramados sónicos generados por el bajista Nacho Alvarez y el brujo Frank Rudow, la adecuada utilización de una sección de cuerda -a veces de un clasicismo perturbador, otras en pinceladas de regusto funky-, la distante y comedida presencia de la voz de José Luis García, todo en este nuevo disco apunta a una mejoría que les situa una vez más en lo alto de la pirámide.

Sorprende el ‘’groove’’ inicial con que, casi alegremente, se inaugura la travesía sensorial en el instrumental «Rita», polimórfico juego de espejos donde se nos muestra la nueva fisonomía del ahora cuarteto, la misma que conocíamos y al tiempo tan nueva, tan pletórica. La excelente producción -potenciada por la supervisión de Kaki Arkarazo-reviste de mayor sentido arquitectónico esos laberintos, a veces subterráneos y a media voz -«Soy quien no fui», «If you walk…»-, otras clamorosos o preñados de ambiente -«La vida contínua», con acento en la ‘’í’’-, que van moldeando la grabación más ambiciosa y completa de Manta Ray hasta la fecha. El sustrato rock de algo como «The dirty blues», apuntalado por las percusiones de Javier Vegas, los ataques sónicos propiciados por esos nocivos mantras deconstruidos en «No me dicen nada» -cantada por Nacho- y la pesadillesca «Wet ground», son otras de las caras de este holograma sonoro en cuyo denso y magmático interior se concilia lo acústico y la electrónica, lo palpable y lo abstracto, en un fascinante caudal dialéctico. Y así hasta llegar a la extensa suite final «Cartografíes», que se abre con una incierta voz femenina cantando en la lengua de la tierra, brilla en un intermedio de expansivos jugueteos entre guitarra rítmica y teclados, y desemboca en la grandiosa, turbulenta epifanía asomándose al vacío que proponen como coda final.

En mi opinión, sobran detalles como los samples de Robert Johnson y el locutor yanqui -’’¿lo oyen?, es uno de los más excitantes sonidos del mundo’’ suena a redundancia en este contexto-, no les ayuda esa
tendencia a escudarse en una hermética seriedad, y fastidia el hecho de que las letras -aquí reducidas al mínimo, tratadas como un elemento más de la trama- parezcan a veces metidas con calzador, pero son detalles menores frente a tan arrebatadora totalidad. ¿Qué otros grupos españoles dan rienda suelta a sus visiones, y tienen la talla suficiente para desarrollarlas hasta sus últimas consecuencias, como ellos? Se les podrá acusar de pretenciosos o melodramáticos, de perseguir una poética que a veces confunde lo emocional con lo trascendente, de aspirar a ser los primeros de la clase; nada escuece más entre los dictadores de la moda que esa inesperada inteligencia sobresaliendo sobre la media y abarcando con éxito territorios desconocidos. No hay soberbia ni vanidad en su actitud, sólo ansia de conocimiento y la encomiable intención de romper fronteras, estéticas y geográficas. Con una grabación tan sobresaliente como «Esperanza» entre las manos, una obra que nunca cae en lo decorativo, que nunca está por debajo de su reputación, yo acusaría al resto de la escena estatal precisamente de lo contrario, de flagrante ausencia de ambición, de contentarse con la copia de cuarta generación, con los tópicos recalentados. Si Manta Ray son unos empollones, ójala lluevan muchos más aerolitos como ellos sobre esta reseca península.


Texto: Ignacio Julià RUTA66 #158, FEBRERO 2.000



Atiza-1999