Sharon Jones se ha convertido en uno de los más válidos exponentes del soul y funk actual, auspiciada por el imprescindible sello de Brooklyn Daptone Records y capaz de mantener el espíritu y la esencia de la música negra facturada 50 años atrás. Esta mujer de 58 años, a la cual algunos recuerdan actuando como residente hace algunos años en la diminuta sala barcelonesa La Boite antes de que los sonidos retro mencionados volvieran a interesar a un mayor público, publicó a primeros de 2014 “Give the People what they Want”, pocos meses después de superar un cáncer de páncreas. Por ello la cita se tornaba ineludible, por ser mi primera vez con la dama de Georgia y por las connotaciones emotivas que sin duda se respiraron durante dos horas en el Palau de la Música.

Poco duró el público sentado una vez la música inundó el recinto, ya que tan buen punto se presentaron los Dap-Kings con The Dappettes (las dos coristas también negras de la banda) preparando el terreno durante un par de temas, el variopinto público de todas las edades y condiciones se puso en pie para vivir la experiencia intensamente. Sharon apareció poco después, aunque con pelo corto muestra de su reciente enfermedad, desplegando una vitalidad y un nervio que me dejaron realmente sorprendido conociendo la etapa superada. Obviando este capítulo, tampoco relacionaba su música con un despliegue tan físico y enérgico, mostrándose como una versión femenina de James Brown, mientras interpretaba su reciente single “Retreat!” u otra nueva como “People don’t Get what they Deserve”.

La banda residente del sello, los elegantes The Dap-Kings, aportaron versatilidad musical y buen gusto desde un medido segundo plano, siempre guardando distancias ante la Jones. Con el guitarrista Joe Crispiano dirigiendo a la banda y el otro, Binky Griptite, en una faceta más comunicativa con la audiencia, la banda aceleró o templó el paso a su antojo, tomando los vientos y las percusiones el mando en diferentes pasajes de la velada. Emocionante la presentación de “Get up and Get out”, o como una canción puede tomar un significado diferente en función de lo vivido por la intérprete, momento en que agradeció el calor del público en directo, el cual la anima a seguir adelante. Así, animó a subirse a varios espontáneos durante el show, unos con más fortuna que otros, y acabó con el escenario invadido por fans que la abrazaban y besaban continuamente, mostrándose ella siempre atenta y agradecida.

Fue avanzando con temas como “She ain’t a Child no more” que parece sacada de un musical de Broadway, la sentida “100 Days, 100 Nights” durante la cual sus acompañantes se lucieron individualmente mientras eran presentados, o con otra pieza que alargó hasta casi 20 minutos durante la que mandó las sandalias a pastar y bailó libremente sin control. En mi opinión, fue éste el punto más alto del concierto, con la banda infectando a los presentes con ese funk bailongo que nos enardeció a la par que Sharon Jones celebraba el hecho de seguir en la brecha, manteniendo la llama encendida. Mientras la pequeña pero matona desaparecía a sus camerinos, los Dap-Kings siguieron tocando, finiquitando un bolo de esos que se convierten en algo más que música, uno de esos en los que se establece un vínculo entre artista y público que va más allá de unas notas o canciones. Quizás por el hecho de ver a una persona que ha superado un trance tan duro hace nada, el hecho de verla entregándose de esta forma ante su público tan sólo se puede calificar de una celebración de la música y de la vida en general.