Con puntualidad británica, aparecen 17 guitarristas (una mujer) con guitarras acústicas. Un maestro de ceremonias es el encargado de lanzar notas que van pasando de guitarra en guitarra, con pequeñas variaciones, hasta perderse en la última o volver rebotada. Para remarcar el movimiento de las notas, los músicos giran el cuerpo en la dirección en que circula la nota, creando una especie de danza minimalista de cuerpos y sonidos. Como si estuvieran haciendo la ola, pero en un auditorio en lugar de en un campo de fútbol.

La melodía que podría hacer una sola guitarra la ejecutan milimetradamente 17, lo cual complica mucho la ejecución y demuestra el virtuosismo de los músicos. Pero también la frialdad, la emotiva intelectualidad que comunican su música repetitiva y sus cuerpos y rostros hieráticos.

De pronto suena Helter Skelter de los Beatles, tocado al estilo de la Liga, y con un final muy veloz, persiguiéndose las notas desde el primer al último guitarrista a la máxima velocidad, de manera que suena a un solo acorde de piano. Luego los 17 guitarristas se disponen rodeando al público y vuelven a pasarse notas creando un efecto sensurround en el auditorio.

Y por fin sale Robert Fripp, exlider de King Crimson y uno de los músicos más respetados por los guitarristas de todo el mundo por sus grandes aportaciones experimentales al instrumento.

Fripp, de negro zen, se esconde como es habitual detrás de una columna de aparatos electrónicos a través de los cuales consigue que su guitarra Gibson Les Paul emita efectos sintetizados, landscapes a lo Brian Eno. Entonces aparecen 10 guitarristas nuevos (una mujer) que parecen hermanos gemelos: todos vestidos como Fripp, todos con el mismo gesto, cara, guitarra (marca Ovation)... A lo largo del concierto seguí atento su evolución y conseguí descubrir gestos faciales que de lejos podían recordar a una sonrisa humana. Y casi ninguno seguía el ritmo con el pie, como si fueran autómatas de una portada de Kraftwerk.

Eso sí, los sonidos que emiten estos 10 guitarristas rozan la perfección: intensidad repetitiva estilo King Crimson última época mezclado con efectos de sonidos brillantes por parte de Fripp. Entonces llega otra sorpresa: tal vez la única canción de Jimi Hendrix que no incluye un solo: Crosstown Traffic, ideal para unos músicos que rechazan el virtuosismo individual y sólo persiguen la perfección colectiva.

Se suceden varias olas sonoras, paisajes crimsonianos, sonidos hipnóticos con la guitarra de Fripp sonando a flauta o teclado, momentos de intensidad oscura, momentos espaciales... que siempre acaban en seco y al unísono.

En general, los 10 guitarristas aportan bastante energía, mientras que Fripp se recrea en soundscapes más relajantes. En alguna ocasión parecen dos conciertos distintos que por falta de salas se han tenido que hacer al mismo tiempo.

En algún momento reconozco que me aburrí (pocos segundos, ciertamente), parecía que los ahí reunidos estuviéramos haciendo algo muy importante que fuera a salvar el arte, o incluso la humanidad. La música de Misión Imposible me devolvió a la realidad.

El segundo bis fue una versión acústica del estupendo 21th Century Squizod Man, del primer disco de King Crimson. Acabado el tema, todos los músicos se quedaron unos segundos quietos, como si se les hubiera acabado la cuerda... para poco después volver a la vida entre los aplausos de un público entregado.

Mis colegas guitarristas me dijeron que el concierto fue fabuloso. Yo, que fui batería, y por tanto nunca llegué a ser músico del todo, opino lo mismo.