Como un vendaval arrasaron los finlandeses a su paso por Barcelona. Si no que se lo pregunten a los “roadies” que trabajo tuvieron a lo largo del concierto. Y es que Michael Monroe sobre un escenario es imparable, imposible tenerlo quieto más de un segundo. Gran cantante y gran “entertainment” que igual le da espatarrarse como una gimnasta olímpica , que adentrarse en el foso para incitar a las primeras filas o unirse al batería para formar un divertido dueto.

Junto a él, el gran Andy McCoy, que parece venido de otro planeta con ese gran aguante físico en el estado en que se encontraba. Y encima toca la guitarra como los dioses y se recorre el escenario con una facilidad pasmosa. Siempre se le identificó como un hermano pequeño de Keith Richards y realmente es la calificación más acertada que se puede usar.

Junto a ellos, una banda de segunda fila que se presentaron como mera comparsa y es que estar a la altura de esos dos monstruos no es tarea fácil. Pero eso era lo de menos, lo importante era tener ante nuestros ojos a dos de los personajes que más han hecho por el rock’n’roll en los últimos 25 años, y por supuesto, no defraudaron.