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APOLOGIA DEL MATRICIDIO | |
Importa
relativamente poco que «Todo Sobre Mi Madre» obtenga
o no el Oscar. Es más, ni siquiera viene al caso que lo merezca,
o que la célebre estatuilla esté pensada para recompensar cualquier aspecto de una película excepto su calidad artística. Como sucede con todo galardón oficial en el que ande en juego dinero o poder, pactos preconcebidos habrán decidido los resultados de antemano. Lo que en justicia debería premiarse es un arte superior: la capacidad del sistema cinematográfico para endilgar la misma patraña año tras año. El auténtico espectáculo, el peliculón sublime, es ganarse la complicidad del gran público prescindiendo de las modificaciones e imaginación que toda rutina circense precisa si no desea caer en desuso. Sin introducir novedad alguna en su discurso los Oscar siguen siendo para mucha gente el índice bursátil de una cartelera sin alternativas; sinónimo de éxito, ese mal de nuestro tiempo, que no de valores intrínsecos. Camuflados de criterio académico, los intereses de la industria predominan sobre los del espectador, pero a éste se le hace creer que de algún modo los suyos se tienen en cuenta en el Dorothy Chandler Pavillion, que secundando la representación participa en el superficial devenir del negocio del celuloide aunque sea inmerso en cifras de mucho cero, como parte infinitesimal y pasiva de unas estadísticas de recaudación determinantes a la hora de designar candidatos o viceversa.
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en
España, sobre todo la moral. De hecho parece que sea delito pensar
de otro modo, que se incurra en traición si, por ejemplo, a alguien
le da por cuestionar a un intocable del calibre de Almodóvar argumentando
que en dicha película se refleja un autor cansado y endogámico,
que la interpretación de Cecilia Roth es Como
realizador, el manchego no tiene necesidad alguna de involucrarse en la
farsa. No quisiera faltar, pero es poco probable que una persona medianamente
cabal no albergue serios recelos respecto a una distinción que
antes ha recaido en cineastas tan poco aleccionadores como Garci o Trueba.
Como accionista de El Deseo S.A., que duda cabe, a Almodóvar y
a cualquiera un Oscar le viene de fábula. Mejor él que no
otro, desde luego, pero dice muy poco en favor de una industría
experta en fabricar ficciones la gruesa urdimbre del tinglado montado
con la carrera hacia el Oscar de «Todo», un making of
a priori atiborrado de condecoraciones preliminares, propaganda
pura y dura con la que secuestrar las endebles entendederas del vulgo.
¿Hay algo menos emocionante que lo programado? Desde luego: los
Goya -esa cateta versión doméstica de la fantochada-, o
lo que pueda pasar cuando quienes deciden de verdad crean que ya es tiempo
de librarle un monigote a Banderas. Aterrador, sin duda.
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