Cuando el tímpano se acostumbra a la voz de Jordi, el guitarrista y cantante de Satellites, una voz que se clava en los oídos como una hoja vibrante de afeitar, es que ya ha caído seducido por la propuesta de los mallorquines que, como explicó ayer su bajista, Púter, son gente seria.

El objetivo del intensísimo sonido del grupo no parece ser aliviar un sentimiento de rabia o desagrado. El propósito de tal acumulación de watios es simplemente el proceso de acumular energía suficiente para conseguir despegar, finalidad que alcanzan en la mayoría de los intentos.

Por este motivo se han denominado Satellites, aunque no suelen dar vueltas alrededor de nada y si lo hacen es solo para recargar fuerza centrífuga que, como todo el mundo sabe, es una energía que sirve para evadirse tan lejos como se pueda.

La tripulación de la nave, aparte de Jordi y Púter, la forman un inmenso Dani a la batería -imprescindible jefe de máquinas al lado de Púter, cuya misión es proporcionar a los satelites una base sólida para su lanzamiento- y Aleph, teclados y guitarra, doctor Spock del acontecimiento.

Aún cuando el Almo2bar ha visto conciertos con más asistencia, es difícil que haya contemplado mayor espectáculo que estos cuatro mallorquines esforzándose por salir disparados a la estratosfera guiados por su solista inconmensurable, con un dominio técnico y una intuición musical insólita, indisimuladas ganas de aventura y encomiable forma física, al igual que los otros cosmonautas, porque en hora y media no se dan un respiro y tienen cogido al respetable por el cuello, sin artimañas, pendiente del fino hilo que los mantiene ligados a la nave y que de romperse lanzaría sin remedio a los artistas al vacío del éter más abstruso.

La nave retornó con éxito y se permitió un bis a petición de la concurrencia a pesar de estar exhaustos con tanto trajín.

Una banda a tener en cuenta: sabiduría, talento y muchos, muchos decibelios.